
Un elemento esencial de todo liderazgo es el fin u objetivo al cual el líder aspira llegar. Cualquier persona obtiene su legitimidad como líder de aquel objetivo que el grupo persigue. Cuando esta meta no existe o se vuelve difusa, la necesidad de un líder también se pone en duda y éste pierde su fuerza de tracción.
Esta es una característica de la conducta humana desde los inicios de nuestra historia. Podemos imaginarnos que las primeras jerarquías sociales surgieron de este modo. En efecto, cuando las primeras familias humanas se unían y formaban las primeras comunidades con el fin de sortear obstáculos y aunar fuerzas, naturalmente surgía un líder que era capaz de coordinar los esfuerzos de los individuos y mantener viva la necesidad de trabajar por el objetivo común. Estos primeros líderes luego se convertirían en los dirigentes de tribus y aldeas, primeros gobernantes de nuestra larga historia.
Teniendo esto en cuenta, la necesidad de una meta aplica también para el liderazgo personal. Hace falta que tengamos objetivos en nuestra vida que justifiquen el esfuerzo propio de quien quiere ser líder de sí mismo. Ignacio ayer nos contaba sobre cómo vivir el liderazgo personal y los pequeños ejercicios que debemos aplicar en nuestra vida, como hacer la cama, llevar una agenda ordenada, madrugar, entre otras cosas. Ahora bien, si no tenemos claro para qué vamos a hacer este esfuerzo, difícilmente vamos a conseguir mantenerlo en el tiempo.
Por ello, es importantísimo que siempre en nuestra vida tengamos metas que nos muevan hacia adelante. Y esas metas tienen que ser lo suficientemente desafiantes.
Es cierto que sus metas, hoy en día y durante los próximos años, van a estar impuestas por la sociedad. Ahora tienen que terminar la escuela y después les va a tocar la universidad. Pero estas metas, que a veces nos pueden parecer ajenas, las podemos apropiar muy fácilmente. Es cuestión de ser más específicos en el objetivo que nos ponemos. Propónganse terminar el colegio con un promedio alto o suficiente como para conseguir una beca. En la universidad, comprométanse a terminar a cierta cantidad de años o con cierto promedio.
Lo importante es que sea algo desafiante, que los obligue a levantarse temprano, a llevar una vida ordenada, a sentarse a estudiar. Después de esta etapa, solo ustedes van a ser responsables de sus vidas. Va a depender de ustedes escoger un camino de vida que los obligue a ser la mejor versión de ustedes mismos. Va a depender de ustedes mantenerse a la altura de ese camino y ser lideres de ustedes mismos todos los días.
Ahora bien, acá hay un problema grande. Todas las metas que mencionamos, y que probablemente se les están ocurriendo, son alcanzables y realizables. ¿Cuál es el problema con esto? ¿Nos es importante que podamos alcanzar nuestras metas?
Por supuesto que es importante; la enorme mayoría de nuestras metas deben ser alcanzables. Sin embargo, no basta para ser felices toda la vida. No podemos estar siempre persiguiendo la zanahoria. Además, ¿qué pasa cuando hayamos alcanzado todo lo que nos proponemos? Cuando ya estén recibidos, tengan el trabajo en el rubro deseado, ya tengan una casa donde vivir, una familia constituida, etc. No son pocas las historias de personas con mucho dinero que, cuando parecen tener todo lo que siempre quisieron, caen en depresión y pierden el sentido en su vida. Este es el problema central de que nuestro fin sean metas alcanzables.
Por este motivo, debemos ponernos un objetivo de vida que sea trascendente, algo que no se agote. Después de todo, el verdadero fin que todos tenemos es ser felices. La búsqueda de la felicidad es lo que está detrás de todos nuestros actos y nuestras decisiones. Es lo que aspiramos a alcanzar con todas nuestras elecciones. Por lo tanto, con más razón tenemos que ponernos como propósito de vida algo a lo que podamos aspirar constantemente.
Esta reflexión suscita la siguiente gran pregunta: ¿Cómo ser felices? ¿Existe realmente una meta que no se acabe y que constantemente me pueda dar felicidad? Difícilmente vamos a poder responder ahora esta gran incógnita por la cual se han desvelado todos los filósofos de nuestra historia.
Sin embargo, actualmente contamos con estudios científicos que parecen indicarnos el camino para acercarnos a una respuesta satisfactoria. La universidad de Harvard esta llevando adelante uno de los estudios sociales más largos de la historia. En 1938 juntaron un grupo de 724 hombres. Una mitad provenientes de los barrios más pobres de Boston y la otra mitad estudiantes de Harvard. El propósito de la investigación era darles seguimiento durante toda su vida y descubrir en su vejez quienes consideraban que habían tenido una vida feliz.
Cuando los hombres cumplieron 85, hace no muchos años, los entrevistaron a todos para preguntarles quienes eran felices. Luego, analizaron toda la información que habían recopilado de sus vidas, para intentar detectar qué tenían en común.
¿Saben qué descubrieron? Que los hombres más felices eran aquellos que habían tenido mejores relaciones con sus amigos, parejas y comunidad. Se vio, efectivamente, que la felicidad no estaba en el dinero, en el trabajo o en el éxito personal, sino en la calidad de las relaciones interpersonales que cada hombre había tenido.
Por lo tanto, podemos concluir que la felicidad la vamos a encontrar en los demás y no en nosotros mismos. Y la mejor forma que tenemos de relacionarlos con los otros, tanto con personas cercanas como con la comunidad en general, es ayudando y sirviendo. La propuesta que les queremos hacer desde Argéntea es que ustedes también se pongan como objetivo de vida ayudar a los demás. Esto cumple con el requisito central que mencionamos antes: es inagotable. Siempre hay algo para hacer, siempre hay alguien que necesita una mano.
Y por ayudar a los demás no nos referimos solamente asistir a los más necesitados con obras de caridad. Servir a los demás es también ser buen amigo; dar un buen consejo; ser generosos con nuestros padres y profesores, a quienes les debemos tanto; respetar a nuestro novio o novia.
Lo importante es que esta ayuda sea desinteresada. Realmente no debemos esperar nada a cambio más que la felicidad del otro. Si lo hacemos como transacción, nuestro objetivo será el beneficio y, por lo tanto, allí estará nuestra felicidad (algo finito y alcanzable). Esto, al largo plazo, no puede satisfacernos y, además, corremos el riesgo de sufrir por no conseguir lo buscado.
Para cerrar, les dejamos un último consejo. El que quiera escoger este norte para su vida, le recomendamos que busquen dedicarse a una actividad en la cual coincida el ayudar a lo demás y aquello en lo que son buenos. En esa intersección van a encontrar una fuente inagotable de felicidad.
A medida que vayan creciendo, se van a dar cuenta que cada uno de ustedes se destaca en alguna actividad; y que disfruta hacerla. Puede tratarse tanto de hobbies como de algún área de sus profesiones. Si consiguen trabajar o vivir de ello, y además a través de ese trabajo pueden ayudar a los demás, se van a levantar a trabajar con gusto todas las mañanas y todos los días van a salir satisfechos por su esfuerzo. Siempre y cuando, como dijimos, realmente estén dando todo de ustedes mismos y viviendo ese liderazgo personal tan esencial.
Tomás Bergallo